Tic, tac.

Ya no queda zumo de mandarina porque ya exprimí todos los domingos y los lunes al sol.
Se acaban las vueltas en estas sábanas que se me pegan como los granos de arena a la piel. Como el olor de la crema a las manos que disipan la niebla y la rabia. 
Hay unas pocas nubes difuminadas y rezagadas como los dibujos de alguna noche.
Ya no sé si es el calor el que no me deja dormir o si soy yo, que sé que cuando me despierte mañana, estaré echándoos de menos desde otra etapa de mi vida.
Colecciono puestas de sol sobre la ría y sobre las carreteras infinitas como el mar que me tranquiliza igual que la gente con su (b)risa.
Cierro los ojos y los vuelvo a abrir bajo la marea. Y todavía salto olas y minutos.

Creo que crecer es aprender a despedirse, por eso mi peli favorita sigue siendo Peter Pan. Pero crecer también es saber que, aunque nunca aprenda a decir adiós, a veces hay que tomar decisiones difíciles para que me sigan creciendo las alas, y hoy me toca hacerlo. Vine aquí porque quería ser intérprete, pero me voy con mucho más de lo que quería ser hace 4 años. Dejo atrás tres años maravillosos, algunas personas que valen la pena y las alegrías  y me queda el recuerdo de una ciudad que siento mía y que, a pesar de lo malo, me ha sabido hacer feliz. Y si me da pena decir adiós, aunque no sea uno de verdad, es porque ha merecido la pena.
"Adiós, vista dos meus ollos,
non sei cando nos veremos".

(Porque al fin y al cabo, una despedida no es más que una promesa de volver a vernos. No es más que una carta en el ourensano. No es más que las cenizas de un post-it un lunes cualquiera y arena en el dobladillo de los vaqueros. Nada más que yo cerrando otra etapa, cruzando Rande, dejando mi casa y prometiendo volver).

"Caminante no hay camino, se hace camino al andar", y todo empieza con un paso.

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