Domingo, sí, pero el último(casi).
Domingo y se acaba mi rutina. Pero oye, me gustaba, me había acostumbrado a esas 3 horas de Monbus escuchando la música del conductor de turno, o pidiendo en bajito que no se me sentara nadie al lado en Pontedeume para poder ir tranquila, al menos, la mitad del viaje. Dicen que a todo se acostumbra uno, que somos animales de hábitos. Pues debe de ser cierto. Me gustaba llegar a Vigo a las 9 y pico y ver la puesta de sol desde el bus en el puente de Rande después de haberme pasado una hora intentando hacer algo productivo y las otras dos con los cascos puestos. Diría que hasta me había acostumbrado a vuestras caras de sobados los lunes en funny, o a las 8 horas de clase (bueno, a eso no). A las horas de vida en la cafetería, esa cafetería que trasladamos nosotros al sol cuando se podía. Incluso a los malditos vaciles, anteproyectas, sí, a eso también. A todo eso y más. Lo mejor eran los miércoles sintiéndome mal de camino a Santiago en vez de estar estudiando, las noches que empezab