A cidade da eterna despedida

"Los que pudieron escapar juraron no volver jamás", pero estamos condenados a volver, o bendecidos por ello, vete tú a saber. 
A pisar sus calles y salpicar sus charcos, a respirar su petricor y su olor a sal. O ese incienso que cada año deja un informe sobre las cáscaras de pipas en las aceras y los paraguas esperanzados (o demasiado optimistas) en Amboage. A no saber qué tiendas habrán cerrado la próxima vez. 
A vivir con una morriña constante y alegrándote al escuchar un acento cantarín. A criticar lo que fuera llaman pulpo a la gallega y empanada gallega.
A despertar, siempre, con incertidumbre y ganas el lunes de Chamorro.
A los "cuánto tiempo, tenemos que tomar algo con estos" delante de la Apotheka. A toda la gente de la que no te despedirás más y toda aquella que sigue en tu agenda de compromisos sociales.
A los rumores, las caras conocidas por la calle Real que te has recorrido una y tantas veces con un croissant de Popi, o unas chuches de Ricorico, o arenas en la mochila al volver en una lata de sardinas desde Doniños.
"La costa oeste mirará toda la vida cara al mar" y yo necesitaré despedirme por lo menos 3 veces cada año.



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