De cuando nos creíamos héroes

Es el Día Internacional de la Danza y yo puedo decir que la echo de menos más de lo que os podéis imaginar.

Durante 15 años la escuela fue mi segunda casa y mi semana se organizaba en torno al baile. La motivación cada lunes era la clase de hora y media después de una tarde de estudio. Cada martes después de clase me relajaba en Conte. Los miércoles eran los más duros, nos pasábamos allí media tarde. Todavía oigo las quejas cuando tocaba jueves de físico con sus abdominales y demás. Y cuando para la mayoría de la gente viernes era sinónimo de bajar al centro, para nosotras lo era de ensayo general, o de prueba de vestuario, o de Fashion Night, o de actuación por Galicia en adelante.

Pero, al fin y al cabo, lo mejor es siempre lo que nos llevamos, y yo me llevo de allí la mejor amistad que todavía conservo, un millón de momentos bailados y soñados y las ganas de volver siempre. Nunca me cansaré de decir que mi momento favorito del curso era el de estar sentadas en las butacas viendo los ensayos, con todo el teatro para nosotras, ya fuera el Rosalía de Castro o el Jofre, rodeadas de muchos nervios y con todo el mundo corriendo de un lado a otro a por una zapatilla o a coser un maillot.

No tenía ni 3 años cuando empecé, pero pasando de los 19 y tras 15 dedicando la mitad de mi vida al baile, puedo asegurar que, en el instante en el que se abría el telón y comenzaba la música, realmente pensaba que todo era posible. En ese instante nos creíamos héroes.










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