Septiembre

Septiembre es empezar a decir que sí. Septiembre es una sonrisa con los ojos. Es estar a la altura y brillar con las ganas de seguir siendo principios. De seguir conociendo, descubriendo, deshaciendo, despidiendo.
Septiembre es guardar las distancias, pero no las ganas.

Septiembre está bajo tus pies y sobre tu cabeza, como las nubes, como las ideas claras. Septiembre es hablar muchos idiomas y por los codos, no tener tiempo de respirar y acabar jugando a las sillas con los ojos tapados.

Pero septiembre también es empezar y expresar, y escribir y pensar. Es el ratito que no tengo para mi cabeza, mis tachones, mis mayúsculas y mis espacios. En blanco y en el tiempo.
Septiembre es guardar las diferencias e inseguridades, dejar de pensarlo. Esa cicatriz de las heridas del verano que empieza a cerrarse, esas agujetas donde no sabías que existía un músculo, ese sueño interminable que es el mismo al que caes rendido las pocas horas que te quedan libres.

Septiembre son contrastes, es lluvia y es calor, frío y sol, sustos, son cambios de planes que se pelean por caber en la agenda.

Septiembre es un amanecer y un anochecer desde la misma ventana de avión, desde el mismo vuelo y como un torbellino que dura 30 días.


Es un salto al vacío que te recoge en paracaídas cuando menos te lo esperas. Una mala idea que ha salido bien y que se seguirá repitiendo mientras septiembre quiera que lo sigamos improvisando.

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