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Había tormenta. Miré por la ventana y vi un gran rayo iluminando el cielo. Me acurruqué en mi mantita y acerqué mi boca al tazón de chocolate caliente que sostenía entre mis manos. Bebí un poco. Quemaba. Me estiré para coger el mando y encendí la tele; estaban dando Moulin Rouge, mi película favorita, ya iba por la mitad, pero me daba igual, me sabía el diálogo de memoria. “Lo más grande que te puede ocurrir es amar y ser correspondido”. Qué frase tan bonita. Cerré los ojos; oía las canciones de la película de fondo, y empecé a soñar.
Era de noche, yo estaba en medio de mucha gente, y no era capaz de reconocer ninguna cara, todas estaban borrosas. Tenía miedo. Intenté abrirme paso entre la gente, llegar a algún lugar conocido, o por lo menos salir de aquella gran multitud. Los rostros de las personas ya eran más nítidos, pero no eran ni mucho menos agradables. Traté de encontrar un rostro amigo, pero la gente me empujaba y me miraba con desprecio. Me sentí pequeña. De pronto vi a una niña de unos cinco años, pelirroja, llorando en el suelo. Me acerqué a ella, “¿Qué te pasa?”, le pregunté. Había perdido a su hermano mayor.  “Te ayudaré”. Me lo agradeció entre llantos, se enjuagó las lágrimas y me dio la mano que le estaba tendiendo. “¿Cómo es tu hermano mayor?”. “¡Allí, allí, es él!”. Tiró de mí hacia la dirección en la que estaba señalando, y comenzó a correr, abriéndose paso de una forma sorprendente; agarré su mano con todas mis fuerzas; ella parecía conocer el camino, y yo no. Al fin conseguimos dejar atrás la enorme masa de prisa, estrés y mal humor. “¿Dónde está?”. “¡Por fin te encuentro enana! Me has dado un susto de muerte”. Él abrazó a la pequeña y me miró, como preguntándome quién era. Me presenté. Se presentó. “¿Cómo has llegado aquí?”. Pero yo no lo sabía. “No te preocupes”. Ellos no sabían cuánto tiempo llevaban allí. Cada día despertaban en un sitio diferente; normalmente era de noche, y no había ni un solo ápice de tranquilidad. Esperaban a alguien capaz de sacarlos de allí. “Eres tú”. “¿Yo?”. “¿No eres tú?”. Yo suponía que esperaban a alguien especial, a una especie de héroe o heroína, a alguien inteligente, importante... Todo lo contrario a mí. Corriente, usual, aburrida, nada fuera de lo normal. "Tienes que ser tú", susurró la pequeña. Me tiró de la ropa. Me dio pena. "Pero yo no sé lo que tengo que hacer". Cerré los ojos. Sentí la mano del chico sobre mi hombro, y con los ojos entreabiertos pude ver una mochila vieja, bastante gastada, de la que sobresalía una gorra verde...
"How wonderful life is, now you're in the world". Abrí los ojos. Los créditos aparecieron en la pantalla. Me había quedado dormida. Apagué la televisión, bostecé y me acerqué a la ventana. Había salido el sol y había gente en la calle. En el parque había un grupo de niños, me pareció ver a la pelirroja de mi sueño, pero no le di importancia. Pasó un grupo de skaters por la carretera. El último de ellos llevaba una vieja mochila gastada, y sobre la cabeza, una gran gorra verde. Me di la vuelta y sonreí. Él alzó la mirada hacia mi ventana y suspiró. Pero yo ya no podía verlo.

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